UN CUENTO CHIC PARA LA NAVIDAD

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Érase una vez una sombra que no olvidó que los momentos más entrañables quedaron colgados en un frondoso árbol de una Navidad de hace mucho mucho tiempo………


Recuerdo cuando tenía poco más de siete años. Entonces con mis padres y mi hermano pequeño, que aún se paseaba en un carrito Jané, salíamos la noche del 24 a recorrernos la calle principal del pueblo. Dicen que los olores están íntimamente ligados a nuestros recuerdos. El olor era una extraña mezcla de café y pan recién tostado y el sonido el de unos villancicos que fluían una y otra vez en las calles. En cada esquina un motivo para la contemplación ilusionada, expectante, en cada esquina una razón para la sonrisa y la ilusión. Pero además no puedo olvidar el calor de la mano de mi madre que no me soltaba ni un solo momento y las miradas cómplices de mi padre cuando me paraba ante un escaparate para ver aquellos juguetes que formaban parte de mis sueños de aquellas fiestas…….. Inolvidables siete años.
Olía en mi casa a repostería casera, a unos dulces que mi abuela freía en una gran sarten negra con abundante aceite.. Mi casa era entonces un hervidero de entradas y salidas, pero esa noche del 24 mis padres quisieron mostrarme el mundo. El de la ilusión. Entonces aún se vendían los pavos, que correteaban en manada de un lado para otro, al ritmo del báculo del pastor. El mercado estaba iluminado en mil colores y Alfonso, el de la librería, se acercaba a mis padres para felicitarles mientras depositaba su mano cálida sobre mi cabeza. Justo frente por frente asomaba la sombra de los puestos de mantecados y almendras y todo tipo de polvorones y José Bueno, el amigo de toda la vida, se acercaba con su barba blanca, bien cortada, a premiarme con un caramelo.

Plaza-de-la-Trinidad-en-Navidad-Granada-antigua
“Campana sobre campana….”, sonaba la melodiosa melodía navideña de un coro infantil, mientras que desde la iglesia repicaban rítmicas  y la gente se ufanaba por las últimas compras.
Mi madre no me dejaba ni un solo momento. Caminaba presto con un abrigo cálido mientras oía bienaventuranzas, enhorabuenas y felicidades. Hacía frío y olía a Navidad. Mis padres estaban ahí dispuestos a darme protección.
¿Y entonces ocurrió? Justo en la esquina frente a mi casa se encontraba un joven bajito con un abrigo raido aunque cubierto hasta las tranca, mostraba una cierta tristeza impregnada de melancolía, que vendía una larga lista de cupones. Era ciego y tenía los ojos azules. Y esa mirada cubrió en un segundo el espacio y todo desapareció. Recuerdo que no pudo apartar la mirada de él. De inmediato apreté la mano de mi madre mientras con la otra empecé a tirar de la chaqueta de mi padre con una especie de anhelo incontrolado. Sorprendidos se arrodillaron y con dificultades les rogué que comprarán cupones a ese chico. Viendo mi ansiedad, que aún hoy no termino de explicarme de dónde surgió, nos acercamos. El chico parecía tener frío y nos sonrió, mientras al otro lado de la calle un ángel hacia sonar una triste balada en el silencio de la noche ¿Cuántos? Deme uno que termine en cinco y mi madre se lo indicó. El vendedor de la mirada ausente con maestría empezó a separar el número elegido del resto. Me pareció insuficiente y la angustia me fue a más. No olvidaré nunca el gesto de mi padre. Su mirada y su grandeza y se hizo gigante. Y entonces él comprendió que mi Navidad no era nada de lo que me había enseñado por las calles y las plazas y complaciente y ante el asombro de mi madre le dijo al chico que la lista entera, los diez números. Qué decir. Mi padre ya no está, le extraño, desearía tanto volver a caminar juntos por los caminos de la ilusión y el desprendimiento y decirle cuanto lo echo de menos. Advertirle, aunque solo sea un segundo, que el otro día un anciano se acercó a mi mesa para verderme una rosa a un euro y que le rechacé. Y que mi hija me miró entristecida y que me acordé de él y que llamé al anciano y que le compré los 20 rosales que le quedaban. Y que mi hija me abrazó y que supe en ese momento que la mayor lección de mi vida me la dio mi padre hace muchos años en la mejor Navidad.
Y este es mi cuento. Del momento más intenso de mi vida, aquel en el que descubrí que la Navidad no estaba en los abalorios ni en las felicitaciones mecánicas sino en ese momento inolvidable que se agarra a tus entrañas y que sirven para descubrir lo importante que son algunas personas para ti. Gracias Papá. Allá dónde estés, gracias”.
Y colorín colorado……

avatar mini2La sombra

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