RETRATO: MAYNARD Y LA MUERTE DIGNA

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Morirá el uno de noviembre. Brittany Maynard ha puesto fecha de caducidad a su existencia, una corta vida que pondrá fin justo dos días después de cumplir los 30 años. En realidad esta joven norteamerica, enferma terminal de cáncer, lo único que ha defendido y ahora llevará a la práctica es su derecho a sortear el sufrimiento y el dolor innecesario tras conocer que, a la postre, sólo adelanta un acontecimiento inevitable que le llegaría unos meses después.
Maynard está ya con su esposo Dan Díaz y su madre Debbie Ziegler en Portland, en Oregón, uno de los pocos estados que reconoce el derecho a la eutanasia. La joven ha decidido aplazar un día el fatal desenlace con el fin de explicarse a través de los medios de comunicación de las razones por las que el derecho de morir dignamente debería extenderse a los demás estados de la Unión.

La historia sentimental de Maynard se inicia de una manera imperceptible por la aparición, cada vez con mayor frecuencia, de fuertes dolores de cabeza. Ella junto a su esposo deciden acudir al médico y someterse a un chequeo que descubre que la paciente sufre de un grave tumor en la cabeza, al que se le conoce como Astrocitoma difuso (grado II). Era enero de 2013, tres meses después de celebrar su boda, justo en septiembre de 2012.
Maynard confiesa que la noticia fue horrible, porque de soñar en formar una familia pasamos a frecuentar día tras día la consulta del médico”. La lucha pasó por someterse a una craneotomía parcial y una resección parcial en el lóbulo temporal para detener el avance del tumor, pero en abril se confirmó que todo había sido en vano. El tumor pasó a glioblastoma multiforme, la forma más mortal de este tipo de tumores, con una expectativa de vida que no supera los 14 meses, caracterizado por ser, además, un proceso de tratamiento muy agresivo y doloroso para el paciente.
Desde ese momento Maynard supo que su única salida era la de proporcionarse una muerte digna y confiar en sus propias fuerzas para abordarla. Renunció a ningún tratamiento oncológico agresivo, aceptar cuidados paliativos en su propio hogar y poner fecha a su muerte. Maynard declaro que en ella no había nada de suicida, “pero sé que mi enfermedad no tiene cura y que degenerará de tal forma que perderé muchisima calidad de vida, por lo que creo que mi decisión es la menos drámatica para proporcionarme una muerte digna”.
El sábado 1 de noviembre Maynard subirá a la primera planta de su casa con su marido y su madre. Abrirá las ventanas de su dormitorio y dejará correr el aire tibio de la mañana. Se tumbará en la cama y delante de sus seres queridos ingerirá dos botes de pastillas que la sumirá primero en el sueño para luego, poco a poco, dirigirla hacia la muerte. La joven estará acompañada por dos médicos que velarán para que el tránsito inevitable sea indoloro y lo más dulce posible, si es que es posible despedirse para siempre y en plena consciencia de todo aquello que ama y de todo el resto al que no tuvo la oportunidad de amar ni de conocer.

 

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La sombra del testigo

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