Desde hace más de 15 años el doctor congoleño Denis Mukwege reconstruye la intimidad mutilada de miles de mujeres y niñas en la República Democrática del Congo (RDC). Opera al menos a 10 víctimas al día. Su vocación de médico le vino de la mano de su padre, un pastor pentecostal a quien acompañaba en sus visitas a los miembros enfermos de su comunidad. Estudió medicina en Burundi y Francia y acabó especializándose en ginecología debido a las atrocidades que viven las mujeres en su país. La guerra en la RDC terminó formalmente en 2003, pero el conflicto armado continúa y las cifras son escandalosas: 400.000 mujeres de entre 15 y 49 años fueron violadas en un periodo de 12 meses entre 2006 y 2007. Aproximadamente 1.100 mujeres cada día son agredidas sexualmente en la República Democrática del Congo, el peor lugar del mundo para nacer mujer.
Detrás de todas estas violaciones hay unos intereses económicos y territoriales. Muchos grupos armados de Burundi, Ruanda o Uganda, a los que se unen los jóvenes llamamos Mai Mai (milicias armadas locales que sufren un lavado de cerebro para destruir), van a esa parte del Congo que es muy rica en minerales estratégicos (el coltán, la casiterita, que se utilizan en todos los dispositivos electrónicos y que tienen una gran demanda). Una vez que ocupan un territorio, lo explotan todo sin escrúpulos, incluidas las mujeres. Destruir a las mujeres, el aparato genital de las mujeres, y hacerlo de forma espectacular, en público, delante de todo el mundo, es para ellos una forma de aterrorizar a las comunidades.
Denis Mukwege, un ángel en la barbarie amenazado de muerte en su tierra y premiado por la Unión Europea, recibió en Estrasburgo, a sus 59 años, el premio Sajarov a la Libertad de Conciencia del Parlamento Europeo 2014, por su incesante lucha contra la barbarie.
En 1998, Mukwege levantó una discreta clínica con tiendas de campaña sobre las colinas de Bukaru, en la región de Kivu del Sur y se convirtió en la voz de las víctimas. Especializado en violaciones colectivas, el “doctor milagro”, como le llaman en África, continúa incansable su labor. En su sanatorio Panzi, donde trabajan unas 400 personas, ha atendido cerca de 42.000 mujeres, convirtiéndose en el mayor experto en el tratamiento de niñas violadas en grupo. Además de las lesiones físicas Mukwege debe curar otras más profundas: las del terror. Por eso su actuación va más allá del tratamiento médico, también ofrecen asesoramiento psicológico, legal e incluso económico. Las agresiones a las que son sometidas las mujeres no solo las destrozan físicamente, también lo hacen psicológicamente.
El 70% de las pacientes del equipo que dirige el “doctor milagro” han sufrido violaciones salvajes: muchas de ellas están infectadas de sida, ya que al ser violadas en grupo es muy probable que contraigan tanto el VIH como otras enfermedades de transmisión sexual; la mayoría no podrá volver a tener hijos y otras han dado a luz después de haber sido violadas; muchas no hablan de lo que les ocurrió porque están avergonzadas o tardan en acudir al hospital… Mukwege les da herramientas para afrontar su situación. La primera paciente que Denis Mukwege atendió en su vida había sido violada a solo 500 metros del hospital. Le habían disparado en la vagina después de haberla violado.
“La mujer no solo es violada, sino que a menudo lo hacen varios hombres al mismo tiempo, delante de su comunidad y de su familia, de su marido y sus hijos. La deshumanizan. Y destruyen sus genitales. Disparándoles. Con productos químicos. Quemándolas. Usando plástico hirviendo», cuenta el ginecólogo.
Es un médico incansable, altavoz de esta salvajada ante el mundo. El 25 de septiembre de 2012 se dirigió a los 193 representantes de los estados miembros de las Naciones Unidas, para dar un crítico discurso, con el fin de remover conciencias y hacer que se vuelva la mirada hacia África. En una intervención histórica, exigió una condena unánime para quienes en su país han convertido la violación en un arma de destrucción masiva, asegurando que el coraje de las víctimas conseguirá sacarlas del infierno, y reclamó apoyo para ayudarlas a recobrar la paz. “El cuerpo de la mujer se ha convertido en un campo de batalla y las violaciones en un arma de guerra, un arma que destruye al conjunto de nuestra humanidad”, aseguraba. “Estas mujeres, nunca siguen adelante por ellas mismas, lo hacen por sus hijos, por sus familias. Pienso que todos tenemos muchas lecciones que aprender de ellas”. Para su comunidad es un héroe, pero algunos sectores lo odian con tanta fuerza que incluso intentaron matarlo. Entre sus enemigos se encuentra el propio presidente Kabila quien criticó la “mala imagen internacional” que había producido su intervención. Meses después de su discurso en la ONU, sobrevivió a un intento de asesinato en su casa, donde estaba también su familia. Después del atentado, Mukwege se exilió a Bélgica. Sin embargo, las mujeres de su comunidad se organizaron para que el doctor volviera. Cada semana llegaban con los productos de sus cosechas que vendían en el hospital para pagarle el billete de vuelta. “Se trata de mujeres que viven con menos de un dólar al día, pero que son capaces de movilizarse para que yo pueda volver”, comenta Mukwege. Así que, ante esta demostración de generosidad, regresó el 14 de febrero de 2013 y desde entonces opera con un escudo humano. Las chicas se han organizado en grupos de veinte y lo protegen las 24 horas del día.
El hombre que se ha convertido en la voz y el rostro de la lucha contra la violencia sexual en África, Denis Mukwege, suma el premio Sajarov a La Libertad de Conciencia 2014 a una larga lista de galardones: fue Candidato al Nobel de la paz en 2009 (que finalmente se llevó Obama); ese mismo año fue nombrado Africano del Año y recogió el Olof Palme; obtuvo el reconocimiento especial de la República de Francia a los Derechos Humanos (2007); el de las Naciones Unidas (2008); y varios nombramientos doctor honoris causa (el de la Universidad de Medicina de Suecia y la de Michigan en Estados Unidos, entre otros). Necesitamos más hombres como tú y menos violadores, porque mujeres valientes somos todas. Gracias Denis Mukwege.