CUALQUIER NIÑA PODRÍA SER LA PRÓXIMA

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En muchas ocasiones en Qué chic nos hacemos eco de las injusticias sufridas por las mujeres tanto en España como fuera de nuestras fronteras. En pleno S.XXI suceden hechos que no nos pueden dejar indiferentes y que no parecen ser reflejo de una “sociedad humana”.

El feminicidio es la principal causa de muerte entre las mujeres jóvenes de El Salvador, Honduras y Guatemala.

El Salvador es uno de los países en los que la violencia contra la mujer es tan exagerada que ni las propias autoridades son capaces de ponerle cifras al fenómeno. La violencia sexual no se refleja con exactitud en ninguna estadística. Las cifras oficiales sólo muestran 239 mujeres y niñas asesinadas en lo que va del 2014 en El Salvador, pero esto no es exactamente así. Hasta agosto se habían denunciado 361 violaciones, muchas cometidas en niñas menores de edad. Además, a mediados de octubre se habían registrado 201 desparecidas.

 La Organización Mundial de la Salud calcula que apenas el 20% de las violaciones en el mundo es denunciado y que en El Salvador este porcentaje podría ser incluso más alto. Allí tampoco se denunciarían todas las muertes y desapariciones.
La mayor parte de la violencia del país lleva la firma de dos pandillas, la Mara Salvatrucha y el Barrio 18, creadas al sur de California por inmigrantes mexicanos y centroamericanos que luego se extendieron por El Salvador, Honduras y Guatemala cuando Estados Unidos comenzó a deportar jóvenes a sus países de origen en la década de 1990. El Ministerio de Seguridad de El Salvador tiene registradas unas 1.500 pandillas en el país, con entre 15 y 40 miembros cada una.

La amenaza constante satura el ambiente y frena la denuncia. El abuso sexual es tan generalizado desde la infancia que, en muchos casos, la violación se vive como parte del proceso para pasar a la vida adulta. Es un país sometido al terror de las pandillas, que utilizan y desechan a sus novias cuando creen que saben demasiado, que las entregan a que las viole la pandilla a la que pertenecen, que las asesina sistemáticamente…

Los pandilleros les dejan claro a sus víctimas que «si los denuncian, sucederá de nuevo o se lo harán a su hermana pequeña». A los pandilleros jóvenes los hacen partícipes en las violaciones colectivas y los asesinatos como parte de su proceso de aprendizaje de la ley del silencio, de su integración al grupo.
En el departamento de inmigración de Estados Unidos afirman que en el último año han detectado un aumento sustancial de mujeres y niñas centroamericanas que solicitan asilo después de haber sido víctimas de secuestros y violaciones y que sus relatos son similares a los ofrecidos por las mujeres que escapan de las guerras africanas. Lo que sucede en El Salvador es una evolución de la guerra de las pandillas.

Muchos de los restos de cuerpos violados, destrozados y descuartizados de adolescentes y niñas son recuperados de cementerios clandestinos, testigos, ya silenciosos, del sadismo ejecutado por pandilleros. Las fosas comunes se multiplican en el Salvador, donde hay la segunda tasa más elevada de homicidios del mundo, después de Honduras, su país vecino.

Se utiliza la violación como un instrumento para aterrorizar a la población. El miedo está omnipresente y muy pocas mujeres se atreven a hablar del tema. Ni qué decir tiene que mucho menos a denunciarlo. Muchas jóvenes que han crecido en este contexto de violencia sexual no pueden darse cuenta de su anormalidad porque lo tienen interiorizado, como si formara parte de su proceso de evolución como personas.

La delincuencia ha alcanzado niveles que rebasan las posibilidades técnicas y humanas de las instituciones. Al asumirlo como violencia intrafamiliar, ya que muchas veces se trata de jóvenes violadas por sus novios o familiares cercanos, el estado es incapaz de ofrecer protección a las víctimas. Por ello es necesario elevar el tema de la violencia contra la mujer a un problema de país, es más, se trata de una lacra a nivel mundial. Cualquier niña podría ser la próxima.

carmen-blue11-e1401998995764Carmen Blue

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