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Casi cuatro décadas después de su fallecimiento los nombres de Josefa (1883-1958) y Elisa Úriz Pi (1893-1979) han resonado en un pequeño rincón de Navarra. El Ayuntamiento del Valle de Egües, de donde eran originarias, organizó una serie de actos en su honor con el fin de recordar el elevado compromiso social de estas hermanas que defendieron los derechos de la mujer y de la infancia ante Naciones Unidas, denunciaron las condiciones de las presas en las cárceles de Franco, promovieron el Día Mundial del niño, todavía vigente, lucharon con la resistencia francesa en París contra el fascismo durante la Segunda Guerra Mundial y se enfrentaron a la Iglesia en defensa de una educación igualitaria, entre otros hitos.
Aunque la transición borró los nombres de las mayores defensoras de la educación pública, una plaza de esa localidad navarra lleva el nombre de las intelectuales, en el mes de junio se inauguró una exposición gráfica sobre su trayectoria vital y un colegio público ha pedido autorización al Gobierno de Navarra para llevar el nombre de una de ellas.
Maestras de profesión, de gran conciencia crítica y mentalidad progresista, sus vidas transcurrieron dentro y fuera de España ya que tuvieron que exiliarse en 1939.
A Josefa y a Elisa se las considera como precursoras de la escuela moderna en España por diversas razones: introdujeron los avanzados métodos educativos de Decroly y Jean Piaget, entre otros; democratizaron las aulas eliminando las tarimas; se opusieron a los castigos; promovieron las asociaciones de padres y madres; sustituyeron los manuales por apuntes e introdujeron el comentario de texto sobre lecturas relacionadas con la realidad social. Josefa Úriz, Pepita, que dirigió la escuela de Magisterio de Lleida, creó la primera cátedra de estudio del catalán, abrió una residencia laica para que las alumnas no tuvieran que alojarse en conventos y modernizó la biblioteca de la escuela dotándola con una sala de lectura y préstamo de libros. Sin embargo, la llegada de Pepita Úriz a la escuela normal de Magisterio de Lleida, con sus métodos avanzados, no gustó nada a los estamentos más conservadores, hasta el punto de ser desterrada por recomendar la lectura de un libro feminista de Margarita Nelken.
La capacidad de sacrificio, la empatía y la solidaridad de ambas las lleva a ayudar a los más desfavorecidos y, sobre todo, a los más vulnerables de la sociedad: los niños, las víctimas más débiles de una guerra civil injusta para los dos bandos. Llegaron a repartir hasta cien mil comidas al día y ayudaron a cientos de profesores a partir hacia el exilio.
Elisa Úriz propuso que cada 1 de junio se celebrara en todo el mundo una jornada para la infancia equiparable al 8 de marzo para la mujer. Tras muchos años Naciones Unidas proclamó el Día Mundial del Niño. Además, denunció las condiciones en que vivían las presas en las cárceles de Franco, logrando que en 1948 una comisión de juristas visitara algunas prisiones madrileñas. También participó en la redacción de la revista Mujeres Antifascistas Españolas con Victoria Kent.
Con una trayectoria a sus espaldas en defensa del progreso y la democracia, las hermanas Úriz no tenían sitio en el país de la dictadura. En febrero de 1939 abandonaron España para no volver nunca más. En un primer momento pasaron el exilio en Francia, donde lucharon contra el nazismo al lado de la resistencia española en París, pero fueron expulsadas del país galo en abril de 1951. La Guerra Fría las obligaba a vivir en su lado ideológico del mundo y se instalaron finalmente en Berlín Oriental.
Que el Valle de Egües, 35 años después del fallecimiento de Elisa, reconozca la figura de estas mujeres, a las que les debemos muchos de los derechos sociales de los que disfrutamos en la actualidad es, cuanto menos, de justicia.
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