YO QUIERO VIVIR EN OGIMI

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Las estadísticas no mienten, las mujeres viven más que los hombres. ¿Por qué? Vaya usted a saber, corre un millón de teorías al respecto, cada una de ellas más geniales y antropomórficamente más científicas. Por lo tanto, y es verdad, hay más viudas que viudos, lo que tampoco es una buena noticia para los varones pero sí, que duda cabe, para las hembras.

Quedémonos con las mujeres. Hace unas semanas conocíamos la noticia de la muerte de Jiroemon Kinura, mira por dónde un hombre, la persona más anciana del mundo, que se ha ido con 116 años a sus espaldas. Pero que este dato no nos inviten al engaño, estamos ante una excepción porque su sucesor en el honor de la ‘vida eterna’ es Misao Okawa, una mujer que tiene en la actualidad 115 años. Algo que no es de extrañar, ya que el país del Sol naciente tiene la mayor proporción de personas centenarias del mundo.

Pero para que se constate la certeza de los datos acudimos al periodista de National Geographic Dan Buettner, que ha recorrido durante los últimos años, a lomos de una bicicleta, los lugares del planeta donde se vive más tiempo, a los que denominó “zonas azules”,

Las islas de Okinawa, al sur de Japón, es una de estas “zonas azules” que Buettner puso en el mapa: la región del mundo con un mayor porcentaje de personas centenarias. En concreto, el pueblo de Ogimi es el municipio con la población más envejecida del mundo. En realidad, poco más que una calle en la que viven más de una docena de ancianos centenarios.

Ogimi  es quizá el lugar real que más se parece a ese paraíso, con la mayor concentración de centenarios del mundo, que gozan de buena salud y viven en un clima subtropical de vegetación exuberante frente a las aguas que adquieren tonos turquesas en esa zona del océano Pacífico que baña sus playas..

Las estadísticas no dejan lugar a dudas. Ogimi, de 3.500 habitantes, de los cuales unos noventa cuentan 100 o más años, registra la mayor concentración de centenarios del mundo, según datos del Ministerio de Salud, Trabajo y Bienestar de Japón. Las mujeres viven aquí un promedio de 86 años; los hombres, 79. Los problemas cardiovasculares son escasos, y el índice de infartos, cáncer de mama y de próstata se sitúa muy por debajo de la media nacional. El informe se basa en datos fiables, ya que en cada ciudad, pueblo y aldea de Japón se inscriben los nacimientos, bodas y fallecimientos en un koseki, o registro familiar, desde finales del siglo XIX, que se completa con un censo regular que se efectúa cada cinco años.

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La receta para la longevidad de los habitantes de Okinawa parece sustentarse en la conjunción de ciertos genes y en varios elementos clave que conectan mente, cuerpo y espíritu: alimentación adecuada, práctica habitual de ejercicio y una vida tranquila y con sentido espiritual.

En la comida, estos ancianos evitan casi totalmente los productos animales y dan preferencia a frutas como la papaya y a hortalizas como zanahorias, repollo, cebollas, pimientos verdes y lechuga, más una mezcla de algas y de hierbas como la albahaca. Su alimentación incluye, asimismo, pasta, arroz, maíz y pescado (salmón y atún, ricos en ácidos grasos omega 3, son los favoritos; los suelen comer hasta tres veces al día), mientras que de carne roja y huevos sólo toman unas pocas porciones a la semana.

Todo ello lo acompañan con té verde o negro (ricos en antioxidantes), y evitan la leche y el azúcar; además toman mucha agua (de 8 a 12 vasos diarios) y cúrcuma, una de sus especias favoritas para aderezar las comidas o para beber, a la que se atribuye un sinnúmero de beneficios para la salud.

La moderación, una de las claves de la longevidad de estos ancianos de Okinawa, se conoce con el aforismo inspirado en el confucianismo hara hachi bu, que viene a decir: come hasta que estés lleno al 80%, una garantía para llegar a una edad avanzada con buena salud.

Está claro que no hay una poción mágica. Investigaciones en el Instituto Nacional de Gerontología estadounidense han confirmado que limitar la ingesta de calorías supone un aumento de la esperanza de vida en todas las especies estudiadas, desde la mosca de la fruta hasta los primates. Los habitantes de Okinawa son, probablemente, el mejor ejemplo de población humana que ha aprendido de esa regla.

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El ejercicio físico en estas islas es un medio de vida en el que se incluyen los bailes tradicionales, mucha jardinería, pescar, andar y las artes marciales; de hecho, el kárate moderno fue inventado por uno de sus habitantes, Funakoshi Gichin, en la primera mitad del siglo XX, a partir de las artes marciales de Okinawa.

En Ogimi desempeña un papel central el telar de Kijoka, a tres kilómetros. A él acuden regularmente las ancianas, incluidas las centenarias, a mostrar a escolares y a turistas cómo tejer bashofu. Es una de las señales de que los habitantes mayores de estas islas llevan una vida muy relajada. Más claves: meditan habitualmente, lo que les ayuda a relajarse; cultivan el optimismo y el sentido del humor, y mantienen una red tupida de lazos con sus familiares y la comunidad, donde se cuidan unos a otros tanto en el aspecto emocional como en el financiero y social, y en cuyas actividades participan.

Frente a otras sociedades, los ancianos japoneses afrontan la vejez con la complacencia y el disfrute que el confucianismo y el budismo que impregna sus vidas confiere a los más mayores. Al contrario de lo que sucede en Occidente, en Okinawa los ancianos disfrutan de gran respeto social. Muestra de ello es que, cuando se llega a los 60 años, se celebra el kanreki, o comienzo de la edad mayor feliz; el toukachi, a los 88, y el kajimaya, la mayor fiesta de todas, al alcanzar los 97; en ella los ancianos visten de rojo, como símbolo de regreso a la juventud, y portan un molinete de papel o kajimayaa en un desfile a través del pueblo en el que la gente se les acerca para tocarles o estrechar sus manos, pues piensan que de esa manera compartirán salud y longevidad.

La espiritualidad de los mayores de Okinawa está presente en el aforismo confuciano de evitar comer hasta saciarse, en la meditación y en la relación que guardan con la naturaleza, que les viene de los principios de la filosofía sintoísta.

El estudio de los centenarios de Okinawa demuestra que la longevidad es una cuestión más de costumbres que de genes, dado que los propios habitantes de Okinawa han visto reducida dramáticamente su esperanza de vida cuando se han trasladado a vivir al extranjero, como ocurrió con los que fueron reclutados en 1930 para trabajar en las plantaciones de caucho en Brasil, donde consumieron en abundancia carne de vacuno por ser barata, lo que derivó en una expectativa de vida 17 años menor que la de sus vecinos en la isla.

Pese a la gran influencia estadounidense -en Okinawa está desplegada la mayor cifra de fuerzas militares de Estados Unidos en el país asiático, 18.000 efectivos repartidos en nueve bases-, la gente mayor no ha cambiado apenas o nada sus gustos alimenticios; pero no se puede decir lo mismo del resto, que padece, además de exceso de peso, diabetes, tensión alta y tabaquismo. En 2005, la publicación de un censo conmocionó a Okinawa al revelar que la esperanza de vida de los hombres de la isla cayó hasta el puesto 26 de la clasificación mundial y hasta el último de Japón por el aumento de la tasa de suicidios, que llegó ese año a 27,5 por cada 100.000 habitantes.

Un experto establece una relación directa causa-efecto entre la instalación de las bases estadounidenses en Okinawa y la pérdida de las saludables costumbres. El primer McDonald’s de Japón no se abrió en Tokio, sino en esa isla en 1976, que hoy cuenta con el mayor porcentaje de hamburgueserías de todo el país (8,19 por 100.000 habitantes).  «Los mayores están viviendo más tiempo, pero los jóvenes están muriendo cada vez más jóvenes.

¿Puede una dieta hacernos más longevos?

Pensar que una dieta basta para que lleguemos a vivir 100 años es simplificar demasiado un asunto que es enormemente complejo. Sabemos que en el envejecimiento influyen muchos factores, desde la propia genética, a la crianza, pasando por lo sociables que seamos, cuánto ejercicio físico practiquemos, el clima de nuestra zona de residencia, la calidad de los servicios sanitarios a los que tenemos acceso o lo relajada que sea nuestra vida. Además, para vivir más tiempo, es mejor ser del sexo femenino: el 85% de las personas que viven más de cien años son mujeres.

Dicho esto, se cree que la dieta es responsable en un 30% de nuestra longevidad, por lo que sin duda ha jugado un papel importante en la calidad de vida de los okinawenses. Por desgracia, falta bastante investigación en torno a este tipo de régimen alimenticio: apenas se ha investigado el efecto que tiene la dieta japonesa sobre una población no japonesa, algo que si se ha hecho, por ejemplo, con la dieta mediterránea, la que más apoyos científicos ha recabado hasta la fecha, o la dieta nórdica, que cada vez gana más adeptos.

En cualquier caso, si analizamos a otros centenarios, es difícil encontrar un patrón definido (aparte de que todas son mujeres). La persona más vieja que ha vivido nunca de la que se tiene constancia fue Jeanne Calment, una francesa que murió en 1997 con 122 años. Era una adicta al chocolate, consumía aceite de oliva y bebía vino a diario. La persona más anciana de Gran Bretaña, Grace Jones, de 113 años, suele beber jerez y tiene una dieta típicamente inglesa (que no es la más saludable). Y la más anciana de España, Francisca García Torres, que nació en Baeza, pero vive en Navarra, tiene 112 años. De joven vivió tiempos de escasez, y pasó hambre. Ahora no tiene dentadura, y no puede comer nada sólido, por lo que su dieta se restringe a los purés, pero no tiene diabetes, ni colesterol. Y hasta los 100 años estuvo plantando cebollas. No cabe duda de que en lo que respecta a la longevidad sigue jugando un papel la suerte o, más bien, lo contingente. Pero, a la postre, casi todas son mujeres.

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