Cous- Cous al medio qué (o con aspiraciones de qué)

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En esta ocasión, haciendo uso del natural derecho que me asiste, creo coherente proponer un plato de algo que ahora se llama étnico y que ha sido siempre comer lo que nos guste. Cosas de las modas.

El Cous-cous es, como ya se sabe, una sémola, con lo cual su contenido calórico es alto (el equivalente a garbanzos, lentejas o similares), dato que queda bien en cualquier columna que se precie. A partir de ahí, de nosotros va a depender que tenga muchísimas calorías o sea asumible en el yantar.

Como su preparación fetén puede llevarnos más tiempo del que disponemos y más trabajo del que quisiéramos, entiendo que es útil usar una pequeña argucia cual es comprar el cous-cous precocido. Obviamente no es lo mismo, pero hoy tengo el día tonto. Además, ya lo encontramos con facilidad en casi cualquier lado, con lo cual, mejor que mejor.

Lo primero es preparar nuestra semolita con aspiraciones, lo más fácil del mundo,de la siguiente manera: se usa aproximadamente en la misma medida que el arroz, se coge sobre la mitad de agua hirviendo con sal que de cous-cous, se añade y se deja reposar unos siete u ocho minutos. Luego, se desgrana acompañándola con mantequilla en la cantidad que queramos, aunque usando de nuestra natural generosidad. Se puede pasar por la sartén un poco, al gusto.

Tenemos la base, lo bueno es que ahora nos valen miles de preparaciones, pues es algo especialmente versátil. A mí me gusta con verduras, salsa dulce, alguna que otra especia y añadido enjundioso, en este caso para continuar con la facilidad, salmón ahumado.

Podemos coger calabaza cortada en tiras o dados pequeños, calabacín en tiritas, zanahoria muy finita y hervirlo hasta que quede muy blandito. En este caso podríamos usar el agua de la cocción para echársela al cous-cous. En cualquier caso, como quedan mejor es al vapor (facilísimo) o al microondas metiéndolas antes en un poco de papel film, aunque eso requiere una explicación más amplia. Aparte, cogemos un par de cebollas, le añadimos medio palito de canela (si somos 30 a la mesa mejor cogemos alguna cebolla más, obviamente) y lo vamos sofriendo todo muuuuuuuuy despacio, hasta que queden bastante reducidas y abotargadas por el calor. En ese momento de inflexión vital para la cebolla, le añadimos azúcar, Oporto, piñones y pasas, movemos todo, reducimos el alcohol y tenemos la salsa amorosa que dotará de sentido a nuestra vida durante los siguientes 15 ó 20 minutos. Por cierto, queda mejor con textura cremosa. Y hasta elegante y fardón.

Tan sólo queda montar el plato, que es más simple que mi cerebro antes de desayunar. Lo único que hay que hacer es mezclarlo todo y añadir, en cada plato o en el centro del plato comunitario si queremos darle un cierto toque de verosimilitud, salmón ahumado en deleitosa cantidad. También cabe bacalao ahumado. Si quisiéramos carne, ya se sabe, cordero, pollo, ternera, etc., pero en este caso ya usaríamos la salsa de la elaboración de la carne y no queda de la misma forma que propongo.

En cualquier caso, siempre podremos adornarlo y aderezarlo con aceitunas negras (nunca sin hueso, no maduran igual y saben a nada), hojas de menta, albahaca, o cualquier opción que tengamos a mano, de ahí su versatilidad.

Queda claro que no es un plato ortodoxo, pero seguro que sí para deleitarse en su contemplación, degustación y en las posterior conversación (por aquello de la rima que faltaba).

chef quechicPaco Rebolo, masterchef

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