TARJETA SANITARIA

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Resulta descorazonador. Y lo es. Sé que en muchas ocasiones he criticado, y lo pienso seguir haciendo, la nefasta gestión de la persona que dirige el hospital Punta de Europa de Algeciras. No le pongo cara a dicho personaje ni quiero hacerlo por si hecho me condiciona a la hora de hacer la crítica que se merece. Ustedes me entenderán, no vaya a ser que lo conozca, me caiga bien, y me de reparo escribir lo que realmente debo. Como iba diciendo, hace unos días salí del hospital presa de la indignación y de la furia. Algunos de ustedes, los que trabajan allí, o los que tienen a un familiar ingresado por mucho tiempo, o incluso los que son asiduos a urgencias, comprenderán sin necesidad de que yo de más explicaciones a qué se debe mi rabia.

Pero para los que tienen dudas o le resulta totalmente carente de fundamento mi indignación, les seré clara: deberían darle una patada en el trasero a quien ha ordenado que quiten los incómodos, por cierto, asientos, que hay en la zona de las consultas de urgencias, aquellos que estaban a mano derecha de donde te hacen las radiografías cuando acudes al hospital de forma intempestiva. A mi humilde entender no tiene ningún sentido porque, cuando te llaman para que acudas a la consulta, que está de ese lado, no tienes donde sentarte mientras entras o no a que te revisen, y claro, ese o esa lumbreras pensará que las personas que acuden a urgencias lo hacen porque no tienen nada mejor que hacer, como si tirarte allí un promedio de entre cuatro o cinco horas para ser atendido de lo que tú crees que es una enfermedad mortal (esto lo digo con ironía), fuese más invitador que estar en un bar tomando una cervecita con los amigos. Anda que no.

Pues, señores, que me encontré una mujer sentada en el suelo esperando para entrar a que la viera el especialista, mientras su marido le sujetaba el gotero, a la vez que un celador se afanaba por buscarle una camilla o una silla de ruegas a la señora, porque le daba fatiguita verla tirada en el suelo porque no podía estar de pie. Por cierto al fabuloso gestor decirle, en caso de que me lea, que las camas y las sillas también escasean, tal vez menos productividades tan altas por la cara y más material para el centro hospitalario no vendrían mal.

Pero es que, además de todo esto, te encuentras con que te exigen la tarjeta sanitaria o el documento nacional de identidad para poder atenderte, y si no lo llevas te ponen mala cara como si fuese un pecado capital el que acudas indocumentado a urgencias. Como si cuando a alguno le duele algo piensa en buscar papeles. Y mientras te conviertes en espectador atónito como la persona que estaba detrás de ti en la cola para dar sus datos y poder ser atendido, no tiene tarjeta sanitaria, ni D.N.I. por el que buscar si la tiene ni nada por el estilo, pero por lo visto a nadie le importa.

Esa persona será atendida igual o mejor que tú, y punto pelota. Y esto no me lo ha contado nadie, lo narro en primera persona porque un día acudí a un centro de salud y me pidieron la tarjeta sanitaria para poder darme cita con mi médico de cabecera, mientras en el mostrador contiguo un extranjero (no era un moro, no, era un inglés), estaba pidiendo cita para que un médico le hiciera unas curas a su hijo y cuando dijo que no tenía tarjeta sanitaria no pasó nada, el número se le dio igual que a mí. Y claro, en ese momento te quedas con la cara partía.

Y es entonces cuando digo yo, ¿de qué carajo sirve la tarjeta? Pero claro, me tengo que responder yo misma diciéndome que para dar por saco a las personas. Bueno también para ponerle pegas al que cotiza y alfombra roja al que no lo hace, el cual, sin aportar nada a nuestro sistema sanitario tiene los mismos beneficios que los que sí lo hacemos. Y ahora que cada cual opine lo que considere oportuno.

LUCINDAGLucinda Gray

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