El 9 de mayo de 1950 el ministro de Exteriores francés, Robert Schuman, dio un histórico discurso en el que propuso una nueva forma de cooperación política entre los países del continente para evitar un nuevo conflicto bélico. Su idea fue crear una institución europea para gestionar la producción de carbón y acero entre Francia y Alemania. El objetivo era en parte económico pero también, político, para evitar que surgieran más conflictos bélicos. Este sería el germen de la futura Unión Europea.
El tratado que rige la Comunidad Europea se firmó en París en 1951 y entró en vigor al año siguiente. La ratificación del Tratado de Roma por los Parlamentos de “los Seis”, por su parte, entró en vigor el 1 de enero de 1958. Posteriormente, el Acta Única Europea de 1985 estableció el objetivo de crear un mercado común único, y más tarde, en 1992 el Tratado de Maastricht dio paso a la Unión Europea con 12 países, sentando las bases hacia la unión económica y monetaria.
Por tanto, la Unión Europea nace para defender la paz, la solidaridad y las conquistas sociales de la posguerra. Sin embargo, la fecha de su “onomástica”, lejos de ser un día especial, pasa sin pena ni gloria año tras año. Tan solo algunas celebraciones institucionales, unos segundos en las noticias diarias, algún reportaje periodístico…
Un día que tendría que servir para rememorar el convulso pasado de los países miembros, que aspiran a la concordia, requiere de símbolos comunes, referencias compartidas entre todos los ciudadanos, no solo una bandera y un himno. El Día de Europa es la expresión del pueblo europeo, de su cultura, identidad y civilización comunes. ¿Qué tal si fuera festivo en todos los Estados Miembros? Además de otro día en rojo en nuestros calendarios, sería una buena ocasión para asociar Europa a una emoción positiva.
¿Y tú qué opinas querid@?
