No me gusta demasiado hablar de mí en primera persona. En lo que escribo, cierto es, hay mucho de mí, de mi forma de pensar o de comportarme, pero poco o nada explícito acerca de mis experiencias. Hoy lo voy a hacer para explicarme lo mejor posible.
Seguro que algun@ ha mantenido o mantiene una de esas relaciones esporádicas que están en tierra de nadie y que, a veces, nos hacer sufrir. Yo la mantengo. He mantenido varias, pero hay una que realmente está en el limbo.
Ya os he contado en otra ocasión que aunque he tenido varios novios (algunos a mi pesar), soy feliz en mi estado actual: soltera, sin compromiso (y que me dure). Pero las personas como yo, las que tenemos que aguantar que otros nos miren con cara de interrogante o nos interroguen directamente (¿tienes novio? ¿te casaste?¿no tienes hijos?) y que tenemos que escuchar expresiones del tipo: “pues muy rara tienes que ser para que nadie te aguante”, también sufrimos por amor.
Tener novio, al contrario que muchas de mis amigas, nunca fue la ambición de mi vida. Me conformaba con relaciones esporádicas, rollitos de verano que se acababan con el inicio del nuevo curso, viajes relámpago a casa de algún amigo que vive lejos de mi ciudad… También hubo novios, relaciones que no funcionaron porque básicamente nuestros caminos eran opuestos. Yo no estaba pensando en casarme y tener hijos, ellos sí (aunque generalmente suele ser al revés).
Soy una mujer libre, por lo menos es lo que quiero ser. El matrimonio no forma parte de mis planes y los niños correteando por el pasillo menos. Y soy muy sincera, no me van los juegos, el ahora sí, ahora no. Si quiero digo sí y si no quiero digo no. Sí significa sí y no significa no (igual que “un plato es un plato y un vaso es un vaso”, parafraseando a Rajoy).
El problema viene cuando una de tus relaciones esporádicas se posiciona en esa frontera entre el novio y el amigo. Una relación que empieza con muchas ganas y sigue con más ganas, porque mantenemos encuentros esporádicos pero muy intensos, porque aprovechamos cada minuto juntos ya que no sabemos cuándo nos volveremos a encontrar.
Nunca tuve como ideal el amor romántico, pero estando con él siento esas cosquillas en el estómago, esa emoción el día de nuestra cita, los nervios previos al encuentro, y una gran excitación al cruzar el umbral de la puerta de su casa y ver su cara de “aquí estoy, todo para ti”. Intento controlar la situación, que no se me noten mucho las ganas de estrujarlo, de abalanzarme sobre él allí mismo y besarlo profundamente. No puedo. Ya no puedo. Lo hago. Lo hacemos los dos. Él está igual que yo, ansioso. Lo hemos hablado, pero siempre nos quedamos a medias (es en lo único que nos quedamos a medias). No acabamos de decirlo todo, porque en el fondo sabemos que los dos estamos bien así y que dar un paso más (que sería simplemente cambiarle el nombre a nuestra relación) podría cambiar la situación a peor. No hay garantías en esto de las relaciones. Así que hemos decidido dejarlo así y no abordar el tema «¿qué somos?»
Me hago la fuerte y la fría, para que crea que no me importa (él también se lo hace) y nuestra relación se ha convertido en un tira y afloja, esperando a ver quién da el siguiente paso, quien propone el próximo encuentro con una llamada o un mensaje. Cuando suena el teléfono o llega ese mensaje, no respondemos al momento aunque ambos estamos deseando descolgar para contarnos qué tal nos va y las ganas de vernos que tenemos.
Muchas veces he pensado en romper con él definitivamente (si es que hay algo que romper), aunque no nos hayamos enfadado y me siga gustando. Pienso en no contestar a su próxima llamada pero no lo consigo. Pueden pasar semanas o incluso meses y cuando me llama acabamos viéndonos una vez más. Y es que es imposible romper una relación que no existe, que está en tierra de nadie. Y si no hay fin, no hay ruptura y no hay olvido. No hay forma de sacarlo de la cabeza porque siempre habrá un espacio reservado en mi pensamiento para él.
Comencé diciendo que hacía esto para explicarme lo mejor posible. No tengo que dar explicaciones a nadie, pero escribir es una terapia. Espero que leerlo también lo sea y si lo lee él…
Me quitaste las palabras de la mente. Gracias!