Las desterradas hijas de Eva

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Durante los cuarenta años de franquismo y hasta mediados de los 80 miles de menores pasaron por centros a cargo del Patronato de Protección de la Mujer, presidido por Carmen Polo de Franco y que dependía a su vez del ministerio de Justicia. Era algo parecido a una forma de sistema penitenciario oculto y legal que estaba en manos de órdenes religiosas. Las jóvenes eran encerradas por mantener actitudes que no estaban en sintonía con la moral de la época, que consideraba inmoral desde vestir falda corta, llevar un bikini, besarse en público, fumar por la calle, no ir a clase, acudir a una manifestación, contestar a los progenitores o quedarse embarazada (que era lo peor que les podía pasar).

La escritora catalana Consuelo García del Cid publicó “Las desterradas hijas de Eva”, que va ya por su 3ª edición, una obra en la que narra el cruel destierro que sufrieron muchas de esas menores al ser consideradas “caídas o en riesgo de caer” durante el franquismo y la transición. ¿Por qué se las llamaba “caídas”? Porque la que no se adecuaba a las normas terminaba en un manicomio y se le tachaba de enferma mental, a pesar de no tener ningún problema psiquiátrico. Otras acababan con depresión que les generaba el infierno en el que vivían. Además muchas murieron, pero las muertes se camuflaban.

También hubo muchos suicidios (en la maternidad de Peñagrande se tiraban por las escaleras debido a la desesperación de permanecer en ese lugar). Lo que pretendían era que te ajustaras al patrón moral femenino de la época que lo imponía a la fuerza el Patronato de protección de la mujer. La mayoría de edad se fijaba en estos centros a los 25 y no los 21 establecidos por aquel entonces, así permanecías el mayor tiempo posible encerrada. Era un aparato con un claro objetivo adoctrinante. El Patronato de la mujer asumía la guardia y custodia de las que llamaban «caídas o en riesgo de caer”. Les pertenecían y la estancia allí dependía directamente de su comportamiento y de los informes de las monjas.

Se criminalizaba a la mujer, se la encerraba y se la sometía. Menores de todos los puntos del país, repudiadas por sus padres muchas veces, o denunciadas por cometer algún acto considerado impúdico, podían caer en las redes de los centros del patronato en los que sufrían todo tipo de vejaciones, encierro y trabajo casi esclavo, incluso estando embarazadas. Además dependiendo del comportamiento te podían ir cambiando de centro en cualquier momento, como una forma de castigo. No dejaban que se entablara amistad, que hubiera unión entre las internas, no querían grupos y el aislamiento también era una forma de castigo.

ConsueloEl título del libro, “Las desterradas hijas de Eva”, es muy metafórico. García del Cid las llama las desterradas porque lo que vivieron muchas jóvenes, ahora ya mujeres, fue una especie de destierro. Las apartaban de su entorno, las arrancaban de sus casas y las aislaban del mundo. Y Eva porque, como recuerda la autora, era un nombre mal visto en esa época.

Consuelo García del Cid vivió en su propia piel la estancia en esos centros. La detuvieron a los 15 años en una manifestación en defensa de Salvador Puig Antich en Barcelona. El médico de cabecera de su familia entró en su habitación, le puso una intravenosa y se despertó desorientada en Las Adoratrices, en Madrid, donde pasó dos años. Después se escapó, como ella misma relata, y se fue a casa de una tía que vivía en Madrid, para finalmente ir a parar a otro centro en Barcelona, El Buen Pastor. Un día la visitó el psicólogo y después de leer su ficha le dijo que no entendía bien porqué estaba allí. Ella sí sabía porqué estaba encerrada: por pensar.

Al poco tiempo una monja le comunicó que ya podía marcharse. Y ese día, les prometió a sus compañeras al despedirse en el patio, que aunque pasaran 50 años iba a escribir este libro. No fue una tarea sencilla, ya que se le cerraron muchas puertas a la hora de investigar, sobretodo de personas e instituciones que se supone que están implicadas en la defensa de la memoria histórica. Incluso llegó a recibir amenazas de muerte anónimas. Sin embargo, como ella misma declara, si  alguien la ha ayudado han sido las víctimas: “estamos unidas por lo que nos pasó. No es solo un libro, es ya una causa, nadie se queda indiferente”.

Las mujeres salían de los centros estigmatizadas y marcadas para el resto de su vida, quisieron anularlas y formarlas en los valores de su moral, que imponían y era la única que daban por válida. “Las desterradas hijas de Eva” comienza con unas palabras muy significativas: «España estaba ocupada en su transición e ignoró por completo a las menores encerradas, ajenas a una realidad oculta bajo los muros de su propia vergüenza”.

carmen-blue11-e1401998995764Carmen Blue

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