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MUSLOS DE PATO CON MUCHAS COSAS (Puré, otro puré, sofritos, etc.)

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Pues como me apetecía aprovechar los productos que nos da la madre naturaleza (o su tía abuela, que nunca se sabe), se me ocurrió la idea de extraer de una lata unos cuantos muslos de pato previamente confitados y darles un tratamiento de belleza y repaso de bajos. ¿O es que la naturaleza no se nos manifiesta en forma de lata a los urbanitas?

De entrada, huyo de los productos previamente elaborados, pero en este caso vamos a aprovechar dos especialmente interesantes, a pesar de poder elaborarlos nosotros, pero creo que el tiempo y el resultado final no compensan. Ni el precio. Así que, puestos a buscar, encontré en un lugar del que no voy a dar el nombre para que no me lo fastidiéis ni queméis (eso es lo que hay) unos muslos de pato confitados de la extraña marca Adrien Delbos. Sigue leyendo

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RAPE A LA CAZUELA

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Lo que me fastidia de estas fiestas en las que nos sumergimos es la necesidad de comer y comer, de tirar, despilfarrar y emborracharnos por Decreto-Ley (esto es un guiño a mis alumnas). Por no hablar de la cuestión ideológica, espiritual o de esos ataques pseudo-místicos que hacen que auténticos animales de carga (de uno y otro sexo) se “transformen” en corderitos con expresión de arrobo infinito y entonación constante de ese subproducto llamado villancico. Por eso, mi receta no va a ir de un plato en el que nos tengamos que dejar medio sueldo o comprar productos exóticos, que además sólo vemos en estas fechas. He dicho. Sigue leyendo

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Por un puñado de albóndigas

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Hasta ahora siempre que he hablado de albóndigas ha sido como acompañamiento, aderezo o complemento de algún otro plato. En esta ocasión, no. Las protagonistas son las albóndigas (nada de albondigones o albondiguillas, albóndigas en su justa medida y sazón).

Como tantas veces, podemos usar nuestro plato como recurso en momentos de necesidad. Fundamentalmente de la necesidad de comer algo que puede alegrarnos el resto de la semana por la carilla de felicidad que se nos queda. Sigue leyendo

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EL RECICLADO, 1ª parte: LAS TORRIJAS

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Desde hace ya un cierto tiempo valoramos conceptos como el reciclado como un valor añadido en todas las facetas de nuestra vida. Así que, puestos a reciclar, qué mejor que usar de la sabiduría de nuestras abuelas, madres, tías por parte de padre y demás familiares y usar el concepto en una de las más gratificantes de sus acepciones: el de la cocina de sobras.

Dicho esto, es obvio que si tuviéramos que usar para hacer torrijas la porquería apiltrafada de simulacro de pan con la que nos estafan a diario, mal asunto. En el mejor de los casos, compraremos una barra de las que venden especial para torrijas o, como he probado con notable éxito, unos tiernos y amorosos bollitos de leche. Por supuesto, con al menos un par de días de vida, por aquello de la dureza necesaria. Evidentemente, antaño, lo de comprar pan expresamente para dejarlo que se pusiera duro y aprovecharlo luego podía ser considerado hasta como delito de lesa traición, pero son las cosas del progreso. Sigue leyendo

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CROQUETEANDO

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Pues como lo prometido es deuda, y pensando en que si somos seis o siete en casa sobrará algo del cocido multitudinario que hicimos el mes pasado, podemos hacer un ejercicio de reconciliación con alguna vida anterior o recordar esos almuerzos en familia con olor a magníficas frituras y plantearnos unas croquetas de las que quitan el hipo.

Cuando hablamos de croquetas siempre tenemos dos opciones, la primera comprarlas congeladas pero, desgraciadamente, aparte de ganar en rapidez (¿para qué, dónde vamos a llegar con tanta bulla?) perderemos en respeto del resto de la humanidad. Recordemos, todas, TODAS, las croquetas congeladas son sencillamente abominables. Más aún, repugnantes. Allá vosotros. Como si os da por esnifar amoníaco, y si os gusta… Sigue leyendo

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Bacalao al Pil-Pil

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El bacalao al pil pil es uno de esos platos que, si uno no lo ha catado en su plenitud misma, no puede morir tranquilo. Ni siquiera echar una buena siesta sin remordimientos intensos de conciencia.
Aunque su nombre pueda llevarnos a confusión (cójase la primera desviación a la derecha, salida 107 de la A92), no es un plato chino. Ni se le parece o asemeja. Lo de la coincidencia fónica es eso, mera coincidencia. Pero ahora hay que precisar porque todo viene de la gran China.
El bacalao tiene un gran contenido proteico, lo que unido a la facilidad de su conservación en salazón, lo ha hecho compañero inseparable de cualquier aventurero que se haya preciado de serlo, sobre todo en España y Portugal. En nuestros días, se está volviendo a apreciar en su justa medida a un bichito tan rico como el que hoy nos acompaña.
La receta es sencilla de ingredientes y pelín cuidadosa en la elaboración, nada que no pueda ser realizado con algo de mimo. A saber: bacalao (lo compramos mejor ya desalado) de calidad, aceite de oliva virgen extra, ajos y guindillas.
Supongamos que somos dos (echaremos menos que si somos diecinueve), en ese caso, con dos buenos lomos nos va a valer. El proceso es simple. Se echa abundante aceite de oliva en una cazuela de barro (mejor que otros recipientes), más o menos hasta que casi cubra luego las rodajas de bacalao. Se echan los ajos fileteados y la guindilla en rodajitas. El fuego se pone medio tirando a bajo, porque queremos confitar el ajo, no freírlo y que se nos pase. Y además, en ese punto dorado ayuda a la emulsión que haremos luego.
Cuando tengamos los ajos, lo sacamos junto con la guindilla y los reservamos en espera de su destino último.
Ahora entramos en el momento de la verdad. El aceite tiene que estar templado, nos interesa hacer lentamente el bacalao, así que depositamos nuestros lomos en la cazuela…. Y aquí tenemos un problema. ¿La razón? Pues que hay tanta gente que dice que tenemos que hacerlo con el lomo para abajo como gente que dice que el lomo tiene que estar para arriba. Si os genera mucha desazón, haced uno para arriba y otro para abajo y veréis como os quedan iguales.
El bacalao va jugando sus cartas en la cazuela y, recordemos, la claves está en hacer la carne y en trabar la salsa y, como la base de ésta es la gelatina, la temperatura tiene que ser necesariamente baja. En este caso tenemos una pista y es que cuando veamos una cosa blancuzca saliendo del lomo de bacalao, sabemos que está a punto para el meneo. Bueno, o que el ectoplasma del bacalao está abandonando su cuerpo, pero esto último es harto difícil.
Ahora, ahora, sí ahora, es el momento de empezar a menear en círculos la cazuela, despacio, con ritmo. Con el movimiento, aceite y gelatina se van aglutinando, formando un nuevo elemento muy parecido a la mayonesa. Podemos sacar el bacalao y seguir con lo que queda en la cazuela y ayudarnos de varillas, o hasta de un colador grande. Estaremos introduciendo aire en la mezcla de ambas formas.
Y ya sólo queda poner los lomos, cubrirlos o acompañarlos de la salsa y esparcir en lo alto ajitos y guindilla. Con un buen vino, no se olvida fácilmente. Ni mucho menos.

chef quechicPaco Rebolo Masterchef

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