EDUCACIÓN SEXUAL, ASIGNATURA PENDIENTE

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Vivimos en el siglo de la información, tenemos a nuestro alcance numerosas herramientas para saciar nuestra sed de conocimiento y aun así, todavía tenemos asignaturas pendientes. Una de ellas es la educación sexual.

Creemos saberlo todo  y, sin embargo, estamos a años luz de tratar el tema del sexo con naturalidad.

La sexualidad está en todas partes y en prácticamente todas las etapas de nuestra vida. Cuando nacemos, por ejemplo,  lo hacemos con uno u otro genital, entonces se nos asigna un género. Vivir la sexualidad implica hasta qué punto nos identificamos con este género y los roles que tomamos respecto al mismo a lo largo de nuestra vida.

También hay sexualidad cuando nos duchamos, nos vestimos, cuando vemos nuestros cuerpos desnudos ante el espejo, cuando comenzamos una relación, cuando nos enamoramos, cuando decidimos qué método anticonceptivo utilizar… La sexualidad está presente en nuestra forma de ser, de hacer las cosas, en cómo nos mostramos en la sociedad como hombres o mujeres, en nuestros gustos e incluso en nuestros sueños.

Las clases de educación sexual deberían ser obligatorias en el periodo de formación como lo son las matemáticas o el lenguaje. La educación sexual es imprescindible, nos ofrece la ventaja de ser más incluyentes y respetuosos, más felices y más libres.

Pero enseñar educación sexual no es únicamente enseñar la anatomía de los aparatos reproductores o explicar los tipos de enfermedades de transmisión sexual.  No es sólo dar información, sino brindar herramientas para cuestionar esta información y reconocer los mensajes sobre sexualidad que se nos presentan en el entorno.

Los temas sexuales nos rodean y convivimos con ellos a diario, pero rehusamos a hablar seria y abiertamente de sexualidad.

La sexualidad abarca la orientación sexual, el placer, la intimidad, la capacidad reproductiva y los vínculos afectivos, manifestándose  en nuestros deseos, fantasías, creencias, actitudes, valores, comportamientos, en nuestras prácticas y hasta en la forma que nos juzgamos a nosotros mismos y a los demás. Además, está influenciada por otro montón de factores complejos: biológicos, psicológicos, históricos, sociales, culturales, religiosos, económicos, políticos…

Una educación deficiente tiene consecuencias, y las padecemos a diario: nos dicen cómo debemos sentirnos (que los niños no deben llorar, que no pueden ser hombres sensibles porque tienen que demostrar su masculinidad o que las niñas son más débiles y sensibles); cómo deben verse nuestros cuerpos; cómo y cuándo podemos sentir placer o deseo… Por el contrario, habría que educar enseñándoles a los niños y a las niñas que ser mujer significa ser fuerte e independiente y que su belleza o sus proporciones nada tienen que ver con su valor personal;  enseñarles que si un niño tiene actitudes o gustos considerados femeninos, no es nada negativo ni se les debe hacer de menos, porque lo femenino no vale menos; enseñarles a ser incluyentes y respetuosos.

Crecemos con una educación sexual en la que no se habla de diversidad y de género, solo de genitalidad. Enseñar a las niñas y niños la diversidad de género implica menos violencia machista o  posiciones sumisas en su futuro como adolescentes y posteriormente como  adultos.

La educación sexual es necesaria para enseñarnos a no ser violentos y a no violentar, a respetar y a exigir respeto.

¿Para cuándo una reforma educativa que incluya una asignatura tan necesaria?

carmen-blue11-e1401998995764Carmen Blue

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