Sucedió una mañana de domingo de primavera. Con los primeros rayos de sol salió de casa. Ellas dormían, hoy no había obligaciones y no hacía falta madrugar.
Pasaron las horas y él llamó a casa por teléfono: “Come tú con la niña que yo estoy navegando, volveré tarde.”
Y así entre risas y paseos bajo el sol de primavera y el olor de las primeras flores, pasaron el día. Al caer la noche la preocupación tomó protagonismo. No daba señales ni él ni su teléfono.
Fue entonces, tras una fría llamada, cuando todo cambió: “No voy a casa. Tengo que pensar. Necesito tiempo.” Sigue leyendo